Esta obra es una derivación del documental homónimo An inconvenient truth (2006), que ha dado una dimensión internacional a la labor de divulgación sobre el cambio climático que realiza el exvicepresidente de los EE.UU. Al Gore. La profusión abrumadora de gráficas, infografías e imágenes es, a la vez, el principal atractivo y el inconveniente más destacable de esta obra. La principal virtud en la medida en que permite simplificar e ilustrar hechos sumamente complejos desde el punto de vista científico y constituye una buena materia prima para comunicar una visión más plástica y didáctica de las causas y las consecuencias del cambio climático. Y el principal inconveniente, al componer un mosaico fragmentado de textos e imágenes que no siempre es fácil de recomponer y seguir para un lector no iniciado. Los textos intercalados tienen un interés desigual y coinciden en reforzar la imagen carismática de Al Gore y su compromiso personal con el problema. El rigor científico contrasta con cierta ingenuidad en el apartado de recomendaciones y en la confianza que deposita el autor en la capacidad del mercado para responder adecuadamente y con sus mismas armas a la amenaza del cambio climático. Especialmente controvertida es su afirmación de que se trata de “un problema ético y no político”. A destacar, desde el punto de vista de la comunicación del cambio climático, las reflexiones que contiene sobre las “ideas equivocadas más comunes acerca del calentamiento global” y sobre las estrategias de contracomunicación diseñadas para desacreditar socialmente la existencia de una interferencia humana sobre el clima.

“La lógica ofrecida por los llamados escépticos del calentamiento global para oponerse a toda acción que pueda resolver la crisis climática ha cambiado varias veces con los años. Al principio, los opositores decían que no había ningún calentamiento global; afirmaban que se trataba únicamente de un mito. Unos pocos todavía dicen eso hoy en día, pero ahora hay tantas pruebas innegables que echan por tierra semejante aserción, que la mayoría de los negadores ha decidido modificar su táctica. Ahora reconocen que el planeta se está calentando, efectivamente, pero afirman inmediatamente que eso se debe a causas naturales (…).

Otro argumento relacionado que han utilizado los negadores es que, efectivamente, el calentamiento global parece real; pero probablemente eso sea bueno para nosotros. Y añaden que, por supuesto, cualquier esfuerzo por detenerlo sería, sin dudas, perjudicial para la economía.

Pero el argumento más reciente –y, en mi opinión, el más ignominioso- propuesto por los opositores del cambio es éste: sí, está ocurriendo, pero realmente no hay nada que podamos hacer al respecto, así que bien podríamos quedarnos con los brazos cruzados. Esta facción favorece la continuidad de la práctica de seguir emitiendo contaminación relacionada con el calentamiento global a la atmósfera, aun cuando reconocen que la crisis que esto está produciendo es real y perjudicial. Su filosofía parece ser ‘comamos, bebamos y pasémoslo en grande, ya que mañana nuestros hijos heredarán lo peor de esta crisis; resulta demasiado incómodo tomarnos la molestia’” (p. 286).

 

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