María Ignacia Aguilar San Martín
Chile en la actualidad es el segundo productor mundial de salmones detrás de Noruega y es además el segundo producto más exportado después del cobre. Entre los años 1990 y 2017 la industria salmonicultura del país aumentó su producción en casi un 3000%, según datos de la organización Terram, elaborado con datos de la Subsecretaría de Pesca (Subpesca) y el Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca).
Es así, que la industria salmonera entrega grandes aportes económicos al país y se ha convertido en un factor clave de la economía nacional, ya que datos del 2019 informan que alcanzó un total de 5.282 millones de dólares, lo que representa un 2,1% del PIB nacional. Asimismo, son diez las principales empresas que participan de esta industria exportadora, que cuenta con 70.000 trabajadores vinculados a esta actividad en las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes y 1358 concesiones han sido destinadas para el cultivo de salmones, según datos entregados por la Subsecretaría de pesca.
Sin embargo, esto trajo consigo un costo socio ambiental ya que los salmones son una especie exótica y carnívora, además de estar en cautiverio son alimentados con pellets, que está compuesta por una especie de comprimidos elaborados a base de pescados convertidos en harina de pescado y mezclados con químicos.
Un estudio del biólogo marino, Alejandro Buschmann establece que el 75% de la comida suministrada a los salmones “queda en el ambiente de una forma u otra” y que “una parte importante va al fondo”, donde también se acumulan las heces de los propios salmones que contienen restos de los productos ingeridos.
Es así, como cientos de miles de salmones se han escapado de las jaulas de los centros operativos del sur de Chile. El salmón es una especie de agua fría no-nativo que en su primera etapa desarrolla su ciclo de vida en agua dulce para luego ser transportado al mar para su cultivo, entre las regiones de Araucanía y Magallanes.
“El consumo de especies nativas por aquellas no-nativas como los salmones podría ser solo uno de los impactos directos que puede generar el escape de estos grandes depredadores. Otro, puede ser el traspaso de enfermedades debido a las altas concentraciones de antibióticos que se utilizan durante el desarrollo de estos peces”, asegura el Dr. Alejandro Perez-Matus en una publicación de Biología de la Universidad Católica.
Esto se debe al hacinamiento en los cuales crecen los peces, facilitando así la transmisión de enfermedades y parásitos, que se combaten con antibióticos. Asimismo, los estándares de regulación para el uso de antimicrobianos son bajos. La legislación prohíbe la aplicación preventiva y existen protocolos para garantizar su eliminación en el pescado comercializable, pero no hay límites para su suministro mientras los animales están en el mar. En 2017, la industria salmonera del país Sudamericano utilizó casi 1,400 veces gramos más de antibióticos por tonelada de salmón producida que Noruega.
Esto genera repercusiones al ecosistema ya que el abuso de antibióticos provoca que algunas bacterias de peces generen resistencia a estos fármacos. “Si las deposiciones de los salmones que pasan al mar tienen bacterias resistentes de la flora de los peces tratada con antibióticos, estas pueden transmitir los genes de resistencia a las bacterias del ambiente marino y a patógenos humanos que se encuentren en ese ambiente”, expone Felipe Cabello, investigador en Microbiología e Inmunología del New York Medical College. El experto asegura que, si bien los medicamentos se diluyen en el agua, “hay algunos que persisten por meses y cuanto más se usen, más prolongada va a ser la persistencia en el medioambiente y sus efectos”.
Impacto en la biodiversidad
Otro factor que intercede es el engorde del salmón ya que genera un impacto en la cadena trófica de los ecosistemas marinos. Debido a que es una especie carnívora y no autóctona de los mares chilenos y por cada kilogramo de producción necesita, mínimo, otros tres peces nativos para su alimentación.
Mauricio Ceballos, portavoz de campaña Océanos de Greenpeace Chile, señala que las especies exóticas de salmón “perturban las relaciones” de los ecosistemas marinos y menciona al lobo marino, su principal depredador, como uno de los principales afectados. “Los centros salmoneros ponen todo su esfuerzo en ahuyentarlos, inicialmente con redes alrededor de las jaulas, pero también han probado con ultrasonidos para que no se acerquen. Los lobos algunas veces rompen estas redes y generan escapes, por lo que, en muchas ocasiones y al margen de la ley, las empresas han autorizado a sus funcionarios a cazarlos”, comenta el activista.
Mamíferos marinos como los delfines o las nutrias también se han visto afectados e incluso algunos han llegado a desaparecer de la zona. “La presencia de las jaulas provoca la expulsión de pequeños cetáceos y nutrias, por lo que su aprobación generalizada en toda una zona puede tener serios efectos en los hábitats que ocupan”, indica Ceballos.
Lamentablemente, uno de los espacios más afectadas por la industria salmonera es la zona más austral del mundo, La Patagonia magallánica, donde se encuentra una de las mayores reservas de agua dulce no contaminada del planeta, un área históricamente habitada por el pueblo Yagán, y que ha manifestado su incomodidad al respecto: “Tenemos un ecosistema muy limpio y casi virgen, con muy poca intervención del humano. Es muy frágil y débil ante esta producción tan intensiva que busca lugares limpios y ricos en oxígeno para favorecer su producción”, dice el representante de la comunidad indígena Yagán de Bahía Mejillones, David Alday.
Las industrias salmoneras también afectan y alteran las dinámicas intercomunitarias, convirtiendo a pescadores, campesinos y recolectores de mariscos en obreros asalariados. De igual forma, según datos de Salmón Chile, la industria emplea a más de 60.000 personas, pero en los últimos meses sindicatos y organizaciones medioambientales han criticado públicamente las condiciones laborales de sus trabajadores. El informe Salmones de sangre del sur del mundo, elaborado por la ONG Ecocéanos, sostiene que 43 personas han muerto entre 2013 y 2019 mientras desarrollaban sus labores. Ocho de ellas solo durante el mes de mayo pasado.
Sin embargo, en la legislación chilena no existe una regulación específica y aplicable solamente a la salmonicultura. Las principales normas medioambientales aplicadas son la Ley General de Pesca y Acuicultura (LGPA) y el Reglamento Ambiental para la Acuicultura (RAMA). Sin embargo, la última modificación de la LGPA exige (artículo 13) un reglamento sobre el tratamiento de los desechos provenientes de la acuicultura, sin embargo, en nueve años no ha habido avances al respecto.